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Capitulo 2



Elizabeth
Colgué y deslicé el móvil de nuevo en mi bolsillo. No esperaba que me llamasen tan pronto. Quiero decir, si les dejé mi número fue por algo, pero aun así que te llamen dos días después diciéndote que te quieren como canguro, me sorprende.
Bajé las escaleras, cogí las llaves y salí de casa. Cuando llamé a Nastia, me dijo que quería ir al centro comercial, pero obviamente le conté que tenía que trabajar. Habíamos quedado más tarde para hablar.
Me encantaban las tardes de primavera, caminabas y todo parecía tranquilo, callado y...perfecto. Crucé varias calles y busqué el número 42. La casa de los Thompson era bastante grande. A simple vista se podían diferenciar dos plantas. Una fachada impecable de color blanco estaba recubierta de flores de distintos colores. Me acerqué a la puerta y llamé al timbre. Respiré hondo y me dije a mi misma que había echo esto un montón de veces.
La puerta se abrió y detrás de ella se encontraba una mujer de unos cuarenta años, alta y delgada. Estaba vestida de una forma muy elegante y llevaba el pelo recogido en un moño. Me sonrió amablemente.
-¿Tú eres Elizabeth, cierto?-me preguntó. Asentí con la cabeza.-Anda pasa.
Se hizo a un lado y me dejó entrar. El pasillo no era muy largo, pero estaba pintado con dos colores: un rosa pálido en la parte de arriba y un morado claro en la parte de abajo. Caminamos hasta el gran salón, donde nos encontramos con una tele de pantalla plana, en la cual echaban Doraemon. En frente, sentados en el suelo, se encontraban dos hermosos niños. Cuando entré ellos me miraron. Ambos eran rubios y tenían unos ojos muy pequeños y azules. Su pelo rizado, les caía en tirabuzones sobre sus caras. Unos gemelos de lo más lindos. Lo único que estropeaba aquel bonito cuadro era la forma en la que me miraban. Sus miradas se clavaron en mí como mil agujas. Transmitían odio e ira al rojo vivo. Tragué saliva. Dos críos como ellos no me iban a asustar.
-Elizabeth, estos son mis hijos, Ronald y Jake. Los puedes diferenciar fácilmente, Jake tiene un lunar en la mejilla derecha.-me dijo guiñándome un ojo. Asentí sonriente y ella siguió.- Jake tiene alergia a la canela, Ronald solo duerme con la luz encendida, Jake odia los espaguetis, Ronald se zampa cualquier cosa con tal de que sea comestible y también odia leer, Ronald...
-¡Cariño! ¿No crees que estás agobiando demasiado a la muchacha?
Me di la vuelta para ver a un hombre muy alto y nada regordete. Tenía el pelo canoso, y llevaba barba, seguramente no se había afeitado desde hace unos días. Llevaba unas gafas rectangulares que le daban un aire de gran inteligencia y sensatez. Le sonreí tímidamente.
-Ahora bien, ¿nos vamos ya?-preguntó el de nuevo.
-Cualquier cosa que necesites, en la nevera está apuntado mi número de teléfono, tan solo llámame.-me cogió del brazo y disimuladamente me llevó al pasillo y me susurró al oído.-Hemos tenido una canguro, la señora Beatrice, pero ella se mudó a Francia con sus hijos, desde entonces hemos tenido como cinco canguros diferentes, pero mis hijos están empeñados en hacerles la vida imposible a las pobres mujeres.-miró alrededor y se volvió a concentrar en mí-Pensé que contratando a alguien más joven, se divertirían más. Intenta complacerlos y llevarte bien con ellos. Será difícil al principio, pero sé que tú puedes.-me dio un golpecito en el hombro cuando el señor Thompson apareció.
Salieron a la calle y cerraron la puerta. Me quedé allí, parada. Sin moverme, sin hacer nada. ¿Estos críos de ocho años hacían la vida imposible a sus canguros? ¡Oh Dios mío! Estaba muerta. Mi punto fuerte no era llevarme bien con los demás. Yo era una persona tímida, encerrada en si misma. Con la única que tenía confianza y podía actuar con normalidad era con Nasti. Ella era mi mejor amiga y por eso era la única que me entendía.
Tomé aire y me dirigí al salón. Los dos niños seguían allí. ¿Qué había dicho la señora Thompson? ¿Quién era el del lunar? Oh Dios, empezamos bien...
-¿Y...? ¿Hacemos algo?-¿esto era tan ridículo como me lo estaba pareciendo a mí?
Los dos niños volvieron sus cabezas al mismo tiempo, con brusquedad incluso pensé que se podrían haber roto algo.
-Si. Ver Doraemon.-dijo uno de ellos con una voz mucho más ronca como la que debería de tener para su edad.
Me congelé. Si pensáis que unos niños de ocho años no dan miedo, eso es que no habéis conocido a estos.
-De acuerdo...
Se volvieron a dar la vuelta. Tenía demasiado miedo como para quedarme allí y esperar a qué uno de ellos me tirara el mando de la tele a la cabeza. Me dirigí a la cocina y luego me di cuenta de mi error. Espero que la señora Thompson haya escondido los cuchillos, no me siento segura sabiendo que esos niños pueden jugar con ellos. En la nevera había un papelito con un número de teléfono. Sonreí sabiendo que en cualquier momento podía pedir ayuda. Pero, ¿y si me quitaban el móvil? Revisé mi bolsillo y me aseguré de que estaba ahí. Me estaba volviendo paranoica.
Volví al salón y me senté en el sofá, detrás de ellos. Ni siquiera se inmutaron, parecían robots, entonces se me pasó por la cabeza la idea de que tal vez no eran humanos. ¿Demasiado paranoico?
Se escuchó abrirse la puerta de la entrada y pensé que los señores Thompson ya habían vuelto. Pero me equivoqué.
En el salón apareció un joven de mi edad. Alto y con el pelo muy oscuro. Unos ojos grises brillaban con intensidad bajo su flequillo. Llevaba una chaqueta de color verde, unos vaqueros caídos con un cinturón negro y unas deportivas casuales altas. El típico tío al que hay que mirar con un vaso debajo de la cara-para recoger las babas claro está-.
Los dos críos corrieron y se echaron a los brazos del recién llegado y yo abrí mis ojos como platos cuando el les pasó una mano por el pelo, despeinandoselo a cada uno.
-¿Qué hay, renacuajos?- los chicos se miraron el uno al otro y luego a mi, con rabia.-Ya entiendo, eres la nueva canguro cierto.-Asentí con la cabeza-Soy Alan su hermano mayor.-dijo encogiéndose de hombros.-Si tienes algún problema con alguno de estos dos angelitos, es conmigo con quien tienes que hablar.-Noté cierta burla en su tono, por lo que adiviné que el también se dedicaba a joder la vida de esas pobres mujeres.


Alan
Esto ya me sacaba de quicio. Nunca aguantaba a las niñeras que mis padres contrataban, pero esto era demasiado. ¡Mi edad! ¡La chica tenía mi edad! ¿Por qué la habían contratado? ¿Yo no podía cuidar de mis hermanos o qué? ¿Qué sabía ella de ellos? ¡Nada! Yo era mil veces mejor. 
Tenía que echarla de mi casa cuanto antes, antes de que matara a algunos de mis dos hermanitos, aunque pensándolo bien será antes de que alguno de ellos la mate a ella.
Mi vida ya estaba demasiado jodida con lo de Mónica, os juro que a ningún tío le mola que su novia pase de él. Así que, ¿por qué mis padres y esta cría quieren jodermela aún más? 
Cuando por fin se fue me sentí tranquilo, a partir de ahora se pasará casi todas las tardes en mi casa, controlándome como si fuera mi madre. ¡Por Dios que tengo 17 años! Hasta me da miedo dejar a Ronald y a Jake solos con ella, a saber que tipo de loca-psicópata será. Por lo visto no habla mucho y es bastante tímida, pero todos sabemos que las más inocentes son las peores.


1 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu historia. :)
    esperare el próximo capítulo !
    besoos!

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